Como toda egoblogger que se precie, ayer me hice un shopping (con unas sneakers de los más cool para aguantar tanta caminata, y un total look sport wear, para sentirme cómoda), como si fuera una auténtica cool hunter, con el objetivo de encontrar los hot trends y los must de esta temporada para hacerme un shooting y escribir mi último post. Tras varios fitting encontré el outfit ideal para mi propósito: un denim con efecto glitter combinado con un tricot print animal con pailletes, mules doradas y un clutch del Vero´s workshop. Todo muy trendy. Pero vi tantas cosas chulas que ya las he anotado en mi wish list para mi próximo shopping.

“¿Qué eres cool o te falta un verano?”, pensaréis.

No habéis entendido nada, ¿verdad?

Esperad, que os traduzco. Viene a decir que como autora de un diario en el que yo protagonizo los estilismos, ayer fui de compras (con unos playeros de última moda, para aguantar el tute, y vestida de forma deportiva, para sentirme cómoda), como si fuera una cazadora de tendencias, con el fin de buscar “lo último” y lo imprescindible del momento para hacer una sesión de fotos y publicarla en mi diario. Después de varias pruebas de vestuario, encontré el estilismo perfecto: unos vaqueros con efecto brillante, una prenda de punto con estampación animal y lentejuelas, unas babuchas doradas y un bolso de mano del taller artesanal de Vero. Todo muy en tendencia. Pero vi tantas cosas chulas que ya las he apuntado en mi lista de deseos para la próxima tarde de compras.

¿Mejor?

¿A qué sí?

Pues eso pienso yo. Sin embargo, desde el mundo de la publicidad, las revistas especializadas de moda y las redes sociales, y a pesar de que el español sea la segunda lengua más hablada en el mundo, con 400 millones de personas, tras el chino y por delante del inglés, que ocupa el tercer lugar de la lista, nos atiborran a anglicismos hasta el punto que para leer una crónica de moda tienes que hacerlo con el diccionario en la mano, excepto que seas bilingüe.

¡Venga ya!

Mi madre lleva toda la vida vendiendo tendencias y si le digo que es una hipster igual me da un bofetón pensando que le estoy faltando al respeto.

-¡Que no, mama! ¡Que lo que te estoy diciendo es que tienes un estilo único para mezclar lo de tu época y lo moderno!

Y es que es así, es una hipster en toda regla. A ver qué les parece esto a los modernos de Vogue.

También es una influencer. Con su sección Los jueves con mamá, que publicamos en Facebook e Instagram de El antiguo Iriarte ese día de la semana, está consiguiendo más likes que ninguna de nosotras y decenas de interacciones. Y qué es una influencer, una persona que marca tendencia, que supone una influencia para los demás. ¡Pues sí! Mi madre también lo es. Tiene 78 años, se atreve con todo, ha sido y sigue siendo una trabajadora incansable, ha mantenido con éxito un negocio durante 55 años, ha criado a tres hijos, ha perdido a uno de ellos y ha sabido sobreponerse para atender a las que le quedábamos (y yo que soy madre, lo digo de corazón, creo que no sería capaz), se ocupa de mi padre (que está bastante achacoso) y mantiene la ilusión. ¡Claro que es una influencia! Y no por los “me gusta” que acumulen sus fotos. ¿Qué importan los “me gusta”? Importan las personas que están detrás de ese gesto, a quien llegas y cómo llegas, no a cuantos. Mi madre es un ejemplo. Para mí, para mi hermana, para mi hija, para mi padre, para la gente que la conoce. Una chica estupenda, con unas piernas kilométricas, una sonrisa fabricada para deslumbrar y la ropa más fascinante del mundo proporcionada por las propias marcas para que sus prendas luzcan impecables, cuyo mérito más destacado sea ser preciosa supone, al menos para mí, una influencia cero.

Estamos perdiendo un poco el norte. Efectivamente, somos todos muy cool pero nos falta un verano.

La semana pasada circulaba por Facebook, aunque me consta que tiene más tiempo, un vídeo de una campaña, a mi parecer buenísima, ‘Lengua madre solo hay una’ realizada por Grey para la Real Academia Española (RAE) sobre lo ridículo de usar los anglicismos o la publicidad directamente en inglés para querer aparentar más sofisticación y elegancia que en castellano. Corres el riesgo de que, por pasarte de moderno, te metan gato por liebre. En dicha campaña se proyectan dos anuncios uno de un perfume de mujer, con una modelo bellísima, puesta en escena de lujo, música, iluminación y una voz de fondo, muy sensual, hablando en castellano, pero sobre todo en inglés, para promocionar el producto: perfume Swine. El otro anuncio promociona unas gafas de sol masculinas. Las anuncia un hombre de esmoquin, guapo, engominado, elegante, y una voz seductora, también en inglés. Todo maravilloso. La gente se lanza a pedir ambos productos, de distribución gratuita sólo en internet. Cuando les llega la mercancía: sorpresa. El nombre del perfume significa “cerdo” en castellano y el eslogan reza: “Swine, suena muy bien pero huele muy mal”. Y la traducción del eslogan de las gafas no le anda a la zaga: “Sunset Style, with blind effect” (estilo puesta de sol, con efecto ciego). ¡Total! Que estás adquiriendo productos que al venderte en inglés crees que son la repera y lo que estás comprando es un perfume con el que olerás a cerdo y unas gafas con las que no verás nada.

Este es el enlace del vídeo, por si le queréis echar un vistazo.

https://www.youtube.com/watch?v=JBEomboXmTw

No es que esté en contra del inglés. Ni del inglés ni de ninguna otra lengua. De hecho, hay palabras inglesas o expresiones japonesas, por poner otro ejemplo muy claro, que no tienen traducción al español y resulta muy interesante adaptarlas a nuestra conversación. Pero atiborrar de anglicismos nuestra forma de hablar cuando esas palabras existen en castellano me parece pedante y esnob. ¡Y ojo! Que yo misma las he utilizado en muchos de mis comentarios en las redes, sobre todo en los hagstags o etiquetas que utilizo en Instagram, porque cuando empecé a tomarme en serio la importancia que tiene hoy en día que un negocio sea visible en internet, me leí un montón de tutoriales para saber cómo tenía que hacerlo y qué palabras debería utilizar. Aunque yo no lo sabía, comenzaba una profesión paralela: ahora soy community manager o administradora de la propiedad.

Pero, ciertamente, ya estoy un poco cansada de aprender “palabros”, de mirar cuántos “me gusta” tiene cada estilismo que subimos a la red, de contar los seguidores nuevos que logramos cada semana y de atender por teléfono y vía internet a oportunistas ofreciéndote administrar tus redes sociales para conseguirte miles de “seguidores reales” y de “likes”.

Centremos un poco la madeja y sí, utilicemos las redes, que para un pequeño comercio son un escaparate increíble, pero no perdamos el norte. Vale más que tus seguidores sean las personas que viven en tu barrio, que son lo que van a visitar tu tienda, y vale más que les hables en castellano, como toda la vida. ¿O no? Pues eso.