Me encanta bailar. Y tú, ¿bailas? De niña, como casi todas mis amigas, quería ser bailarina. Pero mis padres no tuvieron a bien el tomar en serio los deseos de su hija mediana y ni siquiera se molestaron en apuntarme a una academia. Eran otros tiempos. Sin embargo, yo seguía en mis trece y actuaba para mi abuela en el salón. Le bailaba sevillanas o danza clásica, lo que cuadrara, y ella me aplaudía y me veneraba. ¡Qué buenos recuerdos! Después descubrí las fiestas de pueblo, con sus verbenas. Yo siempre estaba en la primera fila, con el resto de la chiquillería, dándolo todo. Y si mi padre andaba por allí, bailaba conmigo. Él fue quien me enseñó el pasodoble, la cumbia o el bolero. Le abrazaba, me subía a sus zapatos y me mostraba los pasos. Años después, padre e hija éramos lo más en las bodas familiares. Tras el vals nupcial de rigor, entrábamos en la pista y no la abandonábamos, felices y sudorosos, hasta que la orquesta nos echaba. Después llegó la Universidad y muchas noches de fiesta y, al menos para mí, el baile fue el protagonista de muchas de ellas. En los 90, me disputaba con mis mejores amigas las gogoteras de las discotecas. Fueron míticas nuestras interpretaciones, un verano en León, del tema “Vogue” de Madonna.
Y así han ido pasando los años y yo sigo bailando hasta la música del telediario. Bailo en casa, en las fiestas, en el super, en el coche, en el chiringuito de la playa… Sin embargo, hasta hace tres veranos, jamás tomé una clase de danza. Siempre me moví por puro instinto. Un día, una amiga, sabiendo de mi afición por mover el esqueleto, me habló de un festival de bailes de todo el mundo. De un lugar donde empiezas a bailar a las nueve de la mañana y terminas de madrugada, donde bailas en pareja o en corro, donde te seducen los ritmos latinos, el rock and roll, los sones africanos o las danzas de Israel, donde aprendí a mecerme con una mazurca y a volar por la pista con una polka, donde todo el que va adora la danza, donde conviven muchas razas y nacionalidades y se hablan muchos idiomas pero el baile es el lenguaje universal y donde niños, adolescentes, jóvenes y ancianos bailan juntos. Y yo fui y fui feliz. Bueno, y lo sigo siendo cada verano porque para mí ya es una cita ineludible.
Pero en estos tres años, también descubrí otra danza que me vuelve loca. El tango. Apareció en mi vida por casualidad y empecé a practicarlo casi como un juego. No tenía ninguna cultura de tango. Ni lo escuchaba ni lo seguía. Debía ser de los pocos bailes a los que nunca me había asomado. Y ahora creo que no hay otro igual. Es un baile que te conmueve, al que te entregas de tal manera que te olvidas del mundo. Es un baile hacia dentro, en el que la conexión con la música y con tu pareja es absoluta. En el que el hombre y la mujer caminan en un abrazo tal que se mueven como un solo danzante. Un baile que yo bailo con los ojos cerrados.
También disfruto escogiendo los vestidos y los zapatos que llevaré para cada danza. Nada tiene que ver el atuendo y el calzado que te haga sentir cómoda para un rock and roll, por ejemplo, con el que vestirías si bailaras samba.
Para las danzas de corro, como las israelíes o las griegas, siempre llevo faldas o vestidos largos combinados con zapatos bajos (sandalias o francesitas deportivas). En las danzas de Cabo Verde o la Samba, me enfundo en unos pantalones baggy o en unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes y muchas veces bailo descalza . Para un swing o un lindy hop suelo optar por vaqueros y camiseta pero, fundamental, unas deportivas. Se bota mucho. Y donde más cuido mi vestuario, también porque ahora mismo es lo que más bailo, es en el tango.
Para la danza del abrazo me gustan los vestidos con largo midi (por debajo de la rodilla), que marquen el talle y que tengan algo de vuelo o cola. En el tango, la mujer hace muchos giros y resulta muy femenino que la falda de la chica baile con ella. Que la tela y la caída del vestido acompañen el movimiento. También me gusta que tengan escote y que dejen los brazos desnudos. Yo casi siempre visto ropa de El antiguo Iriarte. Lauren Vidal y La Fée Maraboutée suelen tener muchos modelos que se adaptan a mis exigencias. Aquí os muestro fotos con algunos de ellos.
En cuanto a los zapatos, también los calzo de la tienda. Estos son mis primeros zapatos de tango. Son de la marca c.doux.
Ahora ya no son verdes. Están tan viejos y gastados que los he teñido de negro. Pero siguen siendo comodísimos para bailar y no tienen mucho tacón. Los tacones me matan. En verano también suelo llevar unas sandalias de Janet & Janet de color tortora y brillos dorados y hace un mes, en San Sebastián, adquirí mis primeros zapatos de tango como tal. Son de la marca Regina, de color nude, tacón alto y pulsera en el tobillo. Realmente flexibles y muy confortables. Quizás, demasiado altos. ¿Qué os parecen?
He de confesaros una cosa. Mi pareja, Martín Almirón, es argentino e imparte clases de tango. No penséis que tengo ventaja por ello. Todo mi tango me lo ha enseñado él, si bien yo lo he ido limando milonga a milonga, pero nuestras mayores broncas de pareja también se debieron al baile. ¡Manda narices! El me corrige cada postura, cada movimiento y pretende la ejecución perfecta. Se lo agradezco. Lo hace por mi baile. Pero yo no pienso si mi espalda está correctamente colocada, si mi brazo logra el ángulo adecuado o si la puntera de mi pie apunta donde debe. Yo escucho la música, cierro los ojos y vuelo.
Tengo 46 años y soy bailarina porque no concibo la vida sin bailar. Es algo que me hace feliz y que soy consciente, cada vez más, de que así es. Pero sé que, a estas alturas, nunca voy a vivir de ello y, aunque pudiera, no me gustaría. Y no me gustaría porque yo me acerco al baile desde la pasión, la espontaneidad y la diversión. Es tal la comunicación que se establece entre la música y mi cuerpo que me desinhibo completamente cuando bailo y me siento libre y plena. Poner barreras a esa expresión y dotarla de técnicas depuradas para alcanzar la excelencia no me interesa. Hoy por hoy, sería como intentar poner puertas al campo.
Algunas personas, cuando se apuntan a clases de danza, empiezan a exigirse, a querer cuantos más pasos mejor, a competir y a medirse con sus compañeros y a catalogar los diferentes niveles de las academias y sus alumnos. Bailan y ejecutan movimientos aprendidos de memoria y coreografías predeterminadas. Y no disfrutan. O eso parece. Yo abogo, sin embargo, por la improvisación, por la diversión y por poner el corazón en lo que estás haciendo. No quiero pasos, ni presión, ni broncas, ni lecciones. Todo ello entendido en un sentido genérico. Por supuesto que recibo clases y necesito algo de teoría. Pero luego lo llevo todo a mi terreno y lo hago mío, que me salga natural. Quiero cerrar los ojos, quiero sonreír o reír a carcajadas o llorar, quiero sudar, quiero quedar exhausta y plena, quiero seguir siendo consciente de los momentos en que estoy siendo feliz.
Aunque reitero, también debo adquirir consciencia de mi cuerpo y aprender ciertos movimientos. ¿Cómo no?
Bueno, y tú ¿te animas? Bailar te hace sentir mejor, es un ejercicio cardiovascular buenísimo y favorece a tus articulaciones, adelgaza, mejora tu postura corporal y tu humor, hace que suba tu autoestima, potencia tus relaciones sociales, te invita a arreglarte y a querer tener un aspecto mejor (y ese punto de coquetería siempre es saludable), estimula tu cerebro y te hace más inteligente, libera el estrés y no tiene edad. Suena bien, ¿verdad? Pues libera tu cuerpo y tu mente y apúntate a una academia. Da ese paso.
Si quieres acercarte al tango, pásate por la plaza Trascorrales cualquier viernes de verano, a partir de las 20:30 horas. Allí nos juntamos un montón de aficionados y bailamos hasta que nos aguantan los pies y los vecinos. Vive una milonga como si estuvieras en Buenos Aires. Te gustará.
También puedes bailar swing o lindy hop en el Café Per Sé, los viernes a partir de las 21:30. Hay clases gratis. Sólo tienes que consumir algo. Pero ahora el profesor está de vacaciones y no retomará las clases hasta septiembre.
No será por falta de oportunidades. ¿Bailas?
Antes de despedirme hasta la próxima entrega, quería dar las gracias a una persona que nos ayuda muchísimo con el blog y todas las publicaciones de la página. Se llama Belén Suárez, es diseñadora de interiores y restauradora de muebles, y tiene mucho gusto y más disposición. Para realizar cada sesión de fotos, tenemos que localizar exteriores o interiores, escoger los vestidos y los zapatos, llevarlos al lugar elegido y hacer un montón de fotos hasta dar con la que nos gusta. Hay que pensar encuadres, fondos y cómo disponer los productos para que luzcan lo mejor posible. Eso lleva mucho tiempo y trabajo y más energía. Pero a ti te sobra, Belén. Eres un amor. Para que la conozcáis, os pongo una foto de ella. Por supuesto, bailando.
Etiquetas: academia, baile, El antiguo Iriarte, milonga, Oviedo, pasión, tango, Trascorrales, vestidos, zapatos
8 respuestas a “¿Bailas?”
1. Yolanda García Fano a través de Facebook 24 junio, 2015
Sandra, me ha encantado leerte. Con lo entusiasmada que se te ve bailando apetece apuntarse a la academia ya. Y los zapatos que eran verdes son una pasada. Genial todo. Muy chulo el reportaje.
2. Marta 24 junio, 2015
Wow, Sandra, precioso!!!! No podría estar más de acuerdo y más reflejada en tus palabras. Un beso enorme!!!
o Elantiguoiriarte 25 junio, 2015
Gracias Marta. Se que hay mucha gente que se acerca al baile desde nuestra perspectiva y que lo entiende como una forma de sentir la vida y no como una disciplina. Un saludo. Me encanta que me leas y que te haya gustado la entrada.
3. María Fernández López a través de Facebook 28 junio, 2015
4. Maravilloso Sandra la pasión que transmites! Eres una mujer llena de vida!
5. María Fernández López a través de Facebook 28 junio, 2015
6. Así eres perfecta
7. Luis Diez a través de Facebook 4 agosto, 2015
8. Como siempre, ¡Excelente Sandra! Si hasta casi me han dado ganas de ponerme a bailar (se me han pasado enseguida) ,los patosos es lo que tenemos,que somos mas de barra..
9. Ioana 7 agosto, 2015
Hola Sandra,como estas? He entrado de nuevo a leerte por recomendacion de Luis y he decirte que transmites muchísimo. A mi también me encanta el baile, es una asignatura que tengo apuntarme a clases de baile con mi pareja en cuanto podamos..pero eso si, como bien dices…para ser feliz y disfrutar. Me encantaría conocerte e incluso asistir a algún festival de baile no estaría nada mal… alguien mas se apunta,Luis…..? Porque Rose creo yo que encantada…Bueno encantada de leerte. Un abrazo!
10. Domingo 13 agosto, 2015
11. Inspirador texto. Me hizo recordar. Al contrario que tú, cuando era pequeño, aquello de bailar era algo ajeno a mí, algo contra lo que mi tozuda timidez tenía la batalla perdida y bien perdida. Fue después cuando, quizá porque a veces nos relajamos y nos dejamos sorprender a nosotros mismos, me atreví a dar mis primeros pasos. Entonces entendí. Fuera de cualquier razón o complejo, mi cuerpo necesitaba moverse y expresarse y fue capaz de convencer a mi mente. Y fue todavía mucho después cuando también fui a dar con esa suerte de “locura danzera” de festival que describes tan bien en este post… Y mi mente, rendida a la evidencia, ya no dejó de bailar!!! Gracias y enhorabuena por este negocio vuestro tan cargado de verdad!!!
c/ Magdalena, 24
Oviedo (Asturias)
33009
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