Otros años, un día como hoy, un 8 de marzo, nos hemos manifestado, hemos cerrado nuestro negocio a las doce para concentrarnos con otras mujeres y
otros hombres para reivindicar la igualdad. Para contar nuestras historias, para que todas esas vivencias machistas que casi todas las mujeres hemos sufrido de una forma u otra, vieran la luz, para que nuestras hijas se reflejen en nosotras y se atrevan a tomar parte, a cortar por lo sano, a luchar para ser valoradas por su valía, al margen de su género. Para que se erradiquen los chistes machistas, los comentarios fuera de lugar en la retransmisión de los Goya, los sueldos ridículos, la sobrecarga de trabajo y la desigualdad.
Pero hoy no acudiremos a ninguna de las concentraciones por lo mismo que llevamos tiempo sin juntarnos con nuestros amigos ni con la familia. Hoy seguiremos aislados en nuestra burbuja para proteger a nuestra madre, luchadora y trabajadora donde las haya, y continuaremos con nuestra vida normal. Nuestra vida normal…esa en la que todos los días son 8 de marzo.
Hoy me he levantado antes de lo habitual porque quería pasarme por Correos antes de abrir la tienda. A primera hora recibí un WhatsApp de un amigo: «Feliz día de la mujer trabajadora». Cuando llegué a la ventanilla con mi paquete me atendió una funcionaria que llevaba un jersey de cuello cisne morado y mascarilla a juego. Me dijo que firmara en una pantalla digital. «¿En qué recuadro, en el de la derecha o en el de la izquierda? Es que sin gafas no veo un pimiento…», pregunté. «Tamos todos igual, fia. El covid nos ha quitado vista y oído y hasta nos ha sacado más arrugas, incluso los ojos, a mi me están quedando chiquitajos, así como achinainos», me contestó. Me reí. «Tienes razón, yo estoy igual». Me fijé en la gente que esperaba cola en Correos. Cuatro mujeres y un hombre. Pensé si trabajarían en casa o fuera, si cobrarían lo mismo que un hombre, cómo tendrían el resto del día… Salí de Correos feliz, quedaban 20 minutos para abrir la tienda y tendría tiempo (tener tiempo, ¡qué lujo!) para tomar un café y echar un vistazo al periódico. Por el camino, muchas mujeres. Pase por delante de La Cestería y vi a Cristina, su dueña, sacando algunos artículos a la puerta de su negocio. ¡A ver cómo le va el día! Últimamente pinta de mal… Me senté en una terraza junto al bulevar de las flores. Allí Rosa, la que fuera quiosquera del Fontán, limpiaba las mesas del local, que ahora es propiedad de su hijo. «Hoy estoy pesada, como el día», me confesó. Pero allí estaba, un día más, a los casi 85 años, ayudando a su chaval. «Es que está solo y a primera hora necesita una mano. Yo a las ocho de la mañana ya estoy en marcha». También llevaba un plumífero morado, seguro que sin la intencionalidad de la funcionaria de Correos, pero para mi con el mismo simbolismo. Rosa, trabajadora, cuidadora, madre…
Tomé mi café, leí por encima la prensa y me paré en las páginas del 8 de marzo. Pasó Cruz, la dueña de By Capella. «¿Vas para allá?», le pregunté. «Sí, que tengo cosas que hacer». «Voy contigo, que ya es casi la hora de abrir». La felicité. «Ostras, ni me acordaba».
Así es. A veces el 8 de marzo pasa desapercibido hasta que nos lo recuerda el Telediario o el periódico de turno, esos medios de comunicación que van de abanderados de la igualdad y están hasta las cejas de comportamientos machistas (y hablo con conocimiento de causa). Pero para las mujeres, el 8 de marzo es todos los días. Para Rosa, para Cristina, para la funcionaria de Correos, para Cruz, para mi madre, para mi hija, para mi hermana, para mi. Para todas nosotras. A diario tenemos que ser conscientes que tenemos los mismos derechos (y las mismas obligaciones) que los hombres. Por lo tanto, quizás este año no salgamos masivamente a la calle por responsabilidad y conciencia social pero todas vestiremos de morado en nuestro corazón y seguiremos educando a nuestros hijos, trabajando y luchando por la igualdad. ¡Qué menos!