Madres e hijas

-¿No te llevas las botas?-, pregunta la madre.

-No, mamá. Me quedan un poco amplias-, contesta la hija.

-¿No habría forma de pedir un número más pequeño?-, pregunta la madre

-Si fuera a reponer la partida, sí, pero me exigen un mínimo de ocho pares para una reposición y ahora mismo no es factible-, explico.

-No te preocupes. Era por si teníais almacén o algo así-, me tranquiliza la madre.

-Mira, cariño-, añade,-la marca de bolsos que tanto te gusta. ¿Me puedes enseñar aquel de la esquina, el de arriba?

-Claro-

Le bajo el bolso. La hija ve un modelo similar pero más pequeño en el perchero.

-Me gusta más este tamaño-, confiesa.

-Te lo regalo-, dice la madre

-¡Que no mamá! ¿Por qué?-, se indigna la hija.

-Por tu cumpleaños-, justifica la madre.

-¡Si es en diciembre!-, exclama la hija.

-¡Venga! Que luego nunca sé qué regalarte-, insiste la madre.

Negocian en bajito y yo me alejo. No quiero incomodarlas. Al poco, la madre me pide satisfecha: “¿Me pones este, por favor?”. Saca el billetero y la hija la reprende un poquito más. “Mamá, siempre estás igual. No salgo más contigo de compras”.

-Anda, calla-, dice la madre con afecto.

En este punto, yo intervengo. “Déjate mimar, mujer. Es lo bueno de ir de compras con tu madre, siempre te agasaja. Mi madre lo hace conmigo y yo lo hago con mi hija”, admito.

-Sí, cuando yo no trabajaba y era más joven, abusaba más. Pero ahora ya me gano la vida y no tiene por qué comprarme nada-, dice la hija.

-¿Y lo que le presta a tu madre hacerte un regalo? No es cuestión de dinero, es cuestión de cariño-, le digo.

-Eso es verdad- admite.

Madres e hijas. Qué relación más bonita. El antiguo Iriarte es un comercio de madres e hijas. Vane y yo con mamá. Siempre. Y Lu, de vez en cuando. Más bien de visita o a colaborar en alguna sesión de fotos. Trabajamos juntas, compramos juntas, debatimos, discutimos, nos animamos, nos abrazamos, nos enfadamos, nos echamos flores o nos echamos en cara. Lo que cuadre. Y al cerrar, muchísimas veces, aún nos vamos las tres (o las cuatro) a tomar un vinito por el barrio.

La relación entre una madre y una hija es una relación fuerte. Cómplice muchas veces, difícil otras, tierna, empática o, quien sabe, de fuerte competencia. Es una relación única, enraizada, para toda la vida, que te marca y define tu carácter. A mí me fascina. En la tienda tenemos muchas clientas madres e hijas y es una delicia ser testigo de su relación. Cómo se conocen, cómo compran, cómo se parecen o cuánto se diferencian.

Llevaba mucho tiempo queriendo dar visibilidad a ese bonito vínculo. Hace más de un año se me ocurrió hacer una sesión de fotos con un grupo de siete u ocho parejas de madres e hijas de edades diversas. La idea era invitarlas a merendar a todas juntas, sacar un par de temas de conversación chulos, de esos que nos interesan a las mujeres, y tomar nota de qué opinaban unas y otras. Y al final, cuando todas estuvieran integradas y relajadas, hacer fotos a cada grupo familiar con prendas de la tienda que ellas mismas hubieran elegido, con las que fueran ellas mismas y se sintieran cómodas. Fotos cómplices, que captaran una mirada, un gesto o una sonrisa. Imágenes que transmitieran su relación materno-filial. Y escribir. Escribir sobre esa reunión de mujeres. Contar qué les interesa, cómo ven la vida, con qué ropa se encuentran cómodas, qué sienten, que les interesa, cómo es su convivencia. Ese texto y esas fotos protagonizarían una campaña titulada Madres e hijas que pensaba hacer pública el Día de la Madre. Pero el Día de la Madre nos pilló a todos confinados y muertos de miedo y la pandemia dio al traste con mi intención inicial.

Ahora retomo mi proyecto pero con variaciones. Cada mes, desde octubre hasta mayo, publicaremos en redes sociales (Facebook e Instagram) una foto con una madre y una hija. Os hablaré de ellas, de cómo las conocí, de qué las une tanto. Y en mayo recopilaré todas esas imágenes con sus historias y las juntaré para el Día de la Madre. Ya que no podemos tener encuentros sociales multitudinarios, los haremos virtuales. Ese día, también colmaré los escaparates de esas instantáneas con momentos cómplices de unas y otras

El otro día, por ejemplo, una madre de mi edad, más o menos (50 años), me contaba que este verano estableció un bonito pacto con su hija adolescente. Durante dos horas al día se iban a tomar algo o a dar un paseo y durante ese tiempo dejaban de ser madre e hija para ser amigas. Creaban así un espacio para hablar de cualquier cosa, sin límites, sin vergüenzas, con total confianza. La hija preguntó a la madre que cómo había conocido a su padre y le contó a su vez su confidencias de amores. La madre abrió su caja de secretos y dio la opción a su hija de tratarla desde la igualdad y sin protección. Pasadas esas dos horas, ambas retomaban su roles habituales. Volvían a ser una madre y una hija y lo que allí se hubiera hablado quedaba silenciado. «Fue un verano fantástico. Atesoro esos momentos como verdaderas joyas», me confesó la madre.

Una historia preciosa, ¿verdad? Se podrían contar tantas…

Cruz (la madre) y Andrea (la hija) son mis primeras protagonistas. Dos mujeres a las que adoro, porque se hacen querer, y que las circunstancias laborales de la joven han hecho que vivan separadas a muchísimos kilómetros. Andrea acaba de ser mamá a su vez, hace un año, y Cruz no ve el momento de coger un avión para disfrutar de Alejandra, su nieta. Se ven mucho menos de lo que quisieran pero se llaman todos los días, se miran por videoconferencia y se cuidan desde la distancia. Aproveché una visita de Andrea a Oviedo para realizar la sesión y pese a la vergüenza que le daba, accedió sin dilación. Así de fabulosa es. Incluso consiguió el lugar: la terraza cerrada de La Palmera del Indiano, el restaurante del Hotel Barceló, donde ella trabajó. Un lugar precioso que les va al pelo.

Conocí a Cruz hace años, cuando vino a preguntar por el alquiler del local de la calle Magdalena, 14. Ya me gustó en el primer encuentro. Alquiló el bajo y abrió By Capella, una herboristería, tienda de alimentos ecológicos y de regalos. Desde entonces soy su clienta y amiga. Cruz es una mujer dulce, generosa, de sonrisa fácil y corazón enorme. Me hablaba de su única hija, de lo que la añoraba cuando vivía en Cuba, donde trabajaba como subdirectora de un hotel. Cuando podía, llenaba varias maletas de cosas inverosímiles y atravesaba el Atlántico para robarle abrazos, arrumacos y cariño suficientes para tirar sin ella durante otra buena temporada. Entretanto, Andrea se enamoró de Pavel, se casó y regresó a España con una oferta de empleo. Desde entonces, ha deambulado por la geografía nacional junto a su marido (que he captado como #chicochic, por cierto) y su madre ha volado una y otra vez a su encuentro. Así lo imponen los tiempos ahora, la estabilidad laboral determina el domicilio y a las madres les toca viajar por amor. Este año vivieron el Día de la Madre la una en Mallorca, en un nuevo hotel, y la otra en Oviedo. Confinadas, como todo el mundo, y separadas, como la mayoría. Andrea me contactó desde las Baleares para agasajar a Cruz a regalos. «Un día es un día», me dijo. Yo preparé los obsequios con esmero y di la sorpresa como si para mi madre fuera, con el mismo cariño. Era la emisaria, nada más y nada menos, que de esa relación hermosa y desgarradora a veces de lo que duele la distancia y la falta de tacto, de miradas y de piel.

Cruz y Andrea se parecen. Se ríen igual y se las siente cómplices y amigas. Alejandra acaba de cumplir un año y adora a su abuela. Madre e hija han conseguido que su amor y su cariño se mantenga intacto pese a los kilómetros. No hay distancia que separe a una madre de su hija. Así de especial es su relación.

Para la sesión, Andrea escogió un jersey de La Fée Maraboutée y Cruz otro de Humility 1949. Los fulares son de HC Complementos. Desenfadas, informales y muy cómodas, como a ellas les gusta.