Cómo se hizo «Los otoños del Norte»

 

A finales de octubre, 17 amigos pasamos juntos un fin de semana en el Palacio del Cardenal Cienfuegos, en Belmonte de Miranda, para grabar un spot para El antiguo Iriarte. Trabajamos de lo lindo pero, sobre todo, disfrutamos como nunca. He aquí la crónica de dos días inolvidables en los que hubo de todo, desde desayunar aguacate con sacarina a correr por el jardín en busca de ginebra huyendo de la posibilidad de que un oso saliera a nuestro encuentro y con un gran broche final, unas palabras de mamá que nos hicieron llorar a todos.

 

El 24 de septiembre de 2021 a las 12:14 horas, quince personas recibieron un mensaje por WhatsApp.

 

Así, sin esperar explicaciones, sin decir en qué consistiría el trabajo, sin concretar fecha ni hora. En nada, comenzaron a llover los «¡Planazo!», los aplausos y las manos alzadas indicando que contara con ellos. Así, en un tris y de un plumazo, comenzó a materializarse el plan, una nueva campaña de publicidad de El antiguo Iriarte como a nosotras nos gustan, implicando a mucha gente y con modelos reales, sin atender a peso, talla o edad. En esta ocasión, tirando de amigos, buscando aunar el reencuentro y la convivencia que nos permitía la remisión de la pandemia y el trabajo.

La idea se había gestado bastante antes, en verano. Ya me lo dice mi madre, «te vas a volver loca de tanto pensar, apagate un poco». Y lleva razón. Pero yo no puedo, va en mi ADN. El caso es que un día del mes de julio, viendo el mal tiempo que hacía y lo que despotricamos los asturianos cuando queremos playa y no para de llover ( yo la primera), traté de darle la vuelta a la situación (quizás como autoterapia) y pensé en lo bonita que es nuestra tierra gracias a su peculiaridad climática. En vez de enfadarme, traté de buscar lo positivo. Toda España sufría una ola de calor y aquí ni nos enteramos. Podíamos dormir bien, incluso el cuerpo nos pedía el arrope de una sábana o una manta fina; no gastábamos electricidad con el aire acondicionado e ir a trabajar no se convertía en un tedio por la pereza que te aportan las altas temperaturas. Así son los veranos en el norte, no hay más, pensé y me animé un poquito. La cosa quedó ahí.

 

Días más tarde, Enrique Pinin, pintor y gran amigo, me habló de la posibilidad de colgar su último trabajo en los escaparates de la tienda. Tenía dos series, «Bosques oníricos» sobre la naturaleza y el agua en Asturias (muy verde y exhuberante, con grandes lienzos) y otra con bastidores más pequeños pero impactante, «Nubes», realizada en lápiz carbón. Ambas me parecieron fabulosas pero me decanté por la segunda. Esos nubarrones oscuros que amenazan lluvia, tan nuestros, tan del norte, los quería para El antiguo Iriarte. Mi cabeza, que es inquieta (ya lo podía ser menos, dormiría bastante mejor) hilvanó esas nubes con la reivindicación de nuestro clima, de nuestros veranos templados y lluviosos, nuestros otoños cálidos y luminosos, nuestros inviernos húmedos y nuestra primavera engañosa, y la nueva campaña comenzó a ver la luz.

 


Me guardaría los cuadros para la próxima estación (el verano ya me pillaba muy avanzado) y los conectaría de alguna manera con imágenes de mujeres vestidas con ropa de la tienda en acciones típicas de nuestro clima: saltando en un charco, tomando un café tras un cristal mojado, paseando por un hayedo, corriendo bajo la lluvia, compartiendo paraguas con su chico… cosas así. Hablé con Ezequiel Sebastián Beltrán, de Objetivo Drone, y autor de todos los spots de El antiguo Iriarte, y le gustó la idea. No lo dijo entonces, ni yo tampoco, aunque también lo pensaba, pero sería complicado el tema de las localizaciones (necesitábamos demasiados escenarios) y dependíamos absolutamente del tiempo que hiciera. ¡Y ya sabéis! Otra de las singularidades de Asturias es que basta que quieras que llueva para que no lo haga y salga un sol del carajo. De hecho, es lo que nos sucedió.

¡Pero bueno! La idea estaba en el aire: tomas de acciones en las que nuestro clima tuviera gran protagonismo para el spot apoyadas por los cuadros de nubes de Pinin en los escaparates.

El verano siguió su curso y llegó septiembre. Por entonces, Cristina Gervilla, clienta y amiga, nos había ofrecido el palacio de la familia de su marido, una casa nobiliaria del siglo XVII donde nació el Cardenal Cienfuegos, situada en Agüerina, Belmonte de Miranda, para hacer fotos para la web de la tienda. Hicimos esas fotos y quedamos prendadas del lugar y de sus propietarios. Juan Uría, el guardés de este Bien de Interés Cultural, es tan entusiasta e ilusionante como yo, y, una vez allí, viendo semejante edificio y sus alrededores, se me ocurrió, sobre la marcha, que nuestras acciones de otoño se podían filmar allí. Se lo propuse a ver qué le parecía. ¿Y para qué quieres más? Se volvió tan loco como yo. ¡Cómo me maravillan las personas entusiastas! Según le iba explicando, porque yo soy así de chiflada, ya lo veía todo en mi cabeza, él me iba sugiriendo ideas. Si fuéramos personajes de dibujos animados, nos imagino a ambos en ese momento con una gran sonrisa, los ojos muy abiertos y gesticulando mucho. ¡Qué queréis! Yo os cuento las cosas cómo las vivo, y de verdad que pensé en nosotros como dibujos animados de lo expresivos y felices que nos mostramos.

¡Buah! Yo ya estaba como una moto, deseando contarle a Eze el giro de los acontecimientos y buscando su aprobación. Porque no sé si habrá quedado claro pero sin Objetivo Drone nada de esto sería posible. Mi amigo y su chica, Puri Méndez, ayudante, productora, curranta donde las haya y un amor de mujer, estaban de vacaciones y no quise incordiarles con mis historias. Pero en cuanto volvieron, quedé con ellos para comer y les conté la película. Una vez más, porque siempre han reaccionado así antes mis propuestas, se mostraron encantados y consideraron que grabar en el palacio sería una gozada. Además, yo ya lo tenía todo más que masticado y mi idea era alquilar la casona de los Uría un fin de semana e invitar a un grupo de amig@s (todos los que permitiera el número de camas disponibles, unas quince) a disfrutar del palacio y a salir en el vídeo. Eze y Puri, que son tipo Juan de entusiastas, aplaudieron la propuesta. Otra vez nos imaginé a los tres como dibujos animados. Ja, ja, ja. Estoy loca. Lo sé.

¡Bien! Hable con Juan y Cris, fijamos un fin de semana en el que todos pudiéramos y, con todos los cabos bien atados, hice una lista con los candidatos, cree un grupo de WhatsApp llamado Los otoños del Norte y lancé la propuesta. Hubo algunas bajas, por problemas de agenda básicamente, que se cubrieron enseguida y en un par de días ya tenía el listado con las diez chicas que saldrían en el spot y los cinco chicos que participarían en la experiencia. Enrique Pinín tenía que estar, pintando uno de los lienzos de sus nubes, para crear ese vínculo entre el spot y los cuadros de los escaparates. Con Juan y Cris, nuestros anfitriones, también contaba en el elenco, por supuesto. Ya éramos 17. Fijamos la cita para el finde del 23 y 24 de octubre. Mamá se mostró reacia a participar. «¿Qué pinto yo con gente joven?». Pero Vane y yo no se lo permitimos. «Tú lo pintas todo. Eres el alma de la tienda y te lo vas a pasar genial», le dijimos. No la dejamos «llorar» más.

La semana antes, cité a todas las modelos en la tienda para elegir las prendas que lucirían en el spot. También elaboré una lista con las posibles secuencias y los objetos que necesitaríamos como atrezzo. Cogiendo castañas, pescando, bailando, tomando el té, haciendo una tarta, andando en bici, tocando el piano, escribiendo, pintando, mirando por la ventana, echando leña al fuego… Alguno de los chicos preguntó por el grupo si habría escenas de cama. Ja, ja, ja. Las hubo. Tres de nosotras nos lo pasamos pipa haciendo una guerra de almohadas. Puri no solo apuntó las mismas secuencias y más, sino que hizo una escaleta y anotó quién saldría en cada toma para equilibrar los protagonismos. Como no tenemos ropa de hombre en la tienda, les sugerimos a los chicos que llevaran para sus actuaciones vaqueros y jerséis de punto. «Yo no tengo jersey de punto desde el cole, que me obligaba mi madre a llevarlos», me contestó por el grupo Joselón, copropietario de Pagos Viejos. Ja, ja, ja. Ya veía yo el tono que iba a tener el fin de semana. Finalmente, Eze, de un plumazo, consideró que los chicos nada pintaban en esta historia y decidió que no saldría ninguno, ni siquiera Pinin. «Vaya, yo que desmantelé el otro día mi armario probando posibles modelitos», protestó Toño Velasco, artista plástico y gran amigo. Los demás, todos muy machos alfa, no gurgutaron. Menudo es Eze cuando sentencia. ¿O sería que no les hacía especial ilusión ser modelos?

Cris y Juan me pasaron una información exhaustiva sobre dormitorios y ubicación para distribuir a los invitados y acordamos llevar todos algo preparado para comer el sábado, cenar en un restaurante de Belmonte de Miranda, para no complicarnos, y poner a los chicos a hacer una fabada para comer el domingo mientras nosotras ultimábamos la grabación de las secuencias.

¡Y llegó el gran día!

Llegamos pronto, sobre las diez de la mañana. Juan y Cris no podían estar a esa hora y me dejaron a mi encargada de instalar a los huéspedes. Como ya conocía el palacio y tengo sentido de la orientación, les mostré sus habitaciones y les enseñé el resto de las estancias. No es nada fácil. La distribución es muy laberíntica y el lugar no es precisamente pequeño. Eze y Puri se trajeron a Ángela, periodista y fotógrafa, de ayudante de cámara. Todo un descubrimiento de mujer. Generosa, dulce, atenta y eficaz. Enseguida nos pusieron a trabajar. «Venga, venga, que hay que aprovechar la luz y hay muchas secuencias que grabar», nos instó Eze. Pablo y yo, que traíamos toda la ropa en el coche, instalamos el vestuario en nuestra habitación y empezamos a distribuir modelitos. En la primera toma, participamos Sonia, Carmen, Miri y yo. Tres teníamos que salir al corredor con nuestros abrigos puestos, pararnos al escuchar la llamada de una cuarta, que se sumaba al plan, y las cuatro bajábamos juntas las escaleras y salíamos del palacio por la fachada principal. En el trayecto, Carmen tenía que pararse frente a un gran espejo a arreglarse el pelo y colocarse el cuello del abrigo. Las demás debíamos seguir sin prestarle atención para que el objetivo se fijara solo en ella.

-¡Venga! ¡No miréis a cámara! ¡Sed naturales! Al grito de acción, contad tres y empezáis-, nos instruyó el director.

Ejecutamos la acción dos o tres veces seguidas. Juan y Cris llegaron en este momento, en plena vorágine.

-¡Bien chicas! ¡Muy bien! ¡Lo tenemos!-

Puri llevaba la lista con las secuencias. Punteó la primera y anotó quienes habíamos salido. Había más de treinta acciones apuntadas. ¡Quedaba mucho por hacer!

-¡Siguiente!

-¿Qué tal si grabamos ahora la de la escritura? Tenemos buena luz-, observó Ángela.

-Bien. Sandra, prepárate-

Buscamos un rincón chulo, de interior. Alejamos la mesa unos centímetros de la ventana y buscamos el lugar donde la iluminación lograse el efecto deseado. Luego teníamos que acordarnos de dejarlo todo como lo habíamos encontrado.

-¿No tienes un jersey más claro? Ese es muy oscuro para esta secuencia-, preguntó Eze.

-¡Marchando!-, le dije.

Corrí hacia la habitación a buscar una prenda más adecuada. Al margen de los looks para cada una, había cargado una bolsa con jerséis de diferentes colores por si hacían falta.

El director me dio el visto bueno. Coloqué sobre la mesa un cuaderno precioso que me había prestado como atrezzo Ana, de la Papelería San Antonio, y mi vieja pluma y abrí otro block personal con mis anotaciones sobre el que escribí lo primero que me vino a la cabeza. Eze me daba instrucciones:

-Fija la punta del boli en el papel para que enfoque. Cuando te diga ya, escribe un poco, lo que se te ocurra, no se va a leer. Ahora mira por la ventana pensativa y luego vuelve a escribir-

Repetimos la toma desde varios encuadres y a distancias distintas. Eze, Ángela y Puri observaban el monitor y asentían. Decían cosas. Yo no entendía nada. Su lenguaje se me escapaba por completo, demasiado técnico. «No pillo nada, Habláis en arameo», me reía yo. «Qué guapa ha quedado», sentenció Puri. Yo aplaudí. ¡Una menos!

El sol comenzaba a invadir la finca del palacio. Llamaron a Miri para la siguiente escena. Yo corrí a darle su vestido largo de gasa, de corte romántico, y una chaqueta de chenilla. «Grabamos fuera. Necesitamos la bici y a Rita», pidió Eze. Rita es la perrita de Miri. Pablo fue al coche a bajar la bici de la baca. Toño, el marido de Miri, ya llevaba tiempo instalado junto al río con su caballete pintando la cara sur del palacio en su cuaderno de dibujo. Pinin también andaba por ahí, haciendo fotos de lo que sucedía. Ésta imagen es suya.

Salimos todos al prao a grabar la escena de Miri. No había manera de que Rita hiciera caso. Decidieron prescindir de la perrita. Eze daba instrucciones, Puri controlaba que no hubiera en foco nada que no debiera y Ángela seguía hablando en clave con el director mientras orientaba bien el reflector de luz para rellenar o eliminar las sombras de la modelo. Yo hacía fotos para documentar esta entrada del blog.

 

Grabada la escena en exterior, Cris sugirió grabar un contraluz a Miri desde el patio. Su vestido largo de gasa quedaría con el sol dándole de espaldas y el efecto sería espectacular. Eze estuvo de acuerdo y nos trasladamos todos al interior a grabar la toma. Así fue la tónica durante todo el fin de semana, pese a que lo habíamos planificado casi todo con antelación, las sugerencias y los cambios sobre la marcha, vinieran de quien vinieran, eran bienvenidos Y Cris aportó durante todo el fin de semana muy buena ideas.

 

Aprovechando el fabuloso dibujo que estaba haciendo Toño de la cara sur del palacio, decidimos hacer una secuencia pintando. Yo sería la artista. Me puse una gorra verde súper chula de nuestra colección de complementos y le secuestré a Velasco su caballete y su obra. Él, generoso y colaborador, me indicó cómo coger los pinceles y me dejó el trapo con el que los limpia y les quita el exceso de agua o de pintura. ¡Buah! ¡Qué divertido! Eze me iba dando instrucciones:

-Mira al cuadro, pinta y luego para y levanta la vista hacia lo que estás pintando. Así, muy bien-

Alrededor de la escena, Ángela controlaba el difusor de luz, Puri grababa las tomas falsas, Pinin hacía fotos (la que sigue también es suya) y Eze lo controlaba todo.

 

 

Cuando el director consideraba que ya tenía lo que buscaba en cada toma, soltaba un «¡Listo!» y nos ponía a todos en marcha para la siguiente secuencia. Entre él, Puri y Ángela, la escogían, dependiendo de la luz. Yo era la encargada de vestuario y corría escaleras arriba, escaleras abajo del palacio, distribuyendo modelitos.

En este punto, llegaron Mariajo y Joselón y las tomas adquirieron un ritmo vertiginoso. Sonia, Cris y Puri protagonizaron las escena de la sidra junto al río y Mariajo, Puri y yo vareamos los manzanos y llenamos un cesto con la preciada fruta asturiana. Los que no grababan, miraban. Juan aprovechó para recoger la hierba recién segada y los pintores para perderse por los alrededores a dibujar distintos bocetos no sin antes degustar el chorizo que cortaron Carmen y Pablo en la cocina, y que habían traído los anfitriones, y acercaron hasta el río para la secuencia de la sidra. El ambiente era festivo y alegre. Pablo nos mostró incrédulo uno de los chuletones que había comprado Joselón, encargado de ir al súper, para hacer en la parrilla al día siguiente. Tenía el grosor de varios dedos. «¡Y hay tres! Este hombre está loco, ¡vamos a reventar», exclamó. Y eso que Pablo es vasco y come como si no hubiera un mañana. ¡Ja!

 

Cerca de las tres de la tarde, llegaron Mamá, Vane y Blanca, la últimas en incorporarse al rodaje, que habían tenido que atender la tienda por la mañana. Cómo ya teníamos todos un hambre canina, la marabunta comenzó a poner la mesa grande, en el jardín (el día, como veis por las fotos, era espectacular) y Eze quiso aprovechar hasta el último minuto para seguir adelantando trabajo. Le di su vestuario a mamá y la grabamos en la fachada del palacio podando hortensias y en el jardín, regando flores. Nuestro director ya estaba reventado. Desde que habíamos llegado por la mañana, no paró, y la cámara que lleva pesa un quintal. Había llegado el momento de hacer un break. «¡Corten!»

Sobre la mesa, colocamos lo que habíamos llevado cada uno de casa. Empanadas, muslitos de pollo, pastel de verdura, tortilla, ensaladilla, chorizo, ensalada de tomate, tarta de manzana, melón… Cómo siempre, muchísima comida y de más. Juan escanció sidra de casa, riquísima, y Joselón se lamentó porque había comprado poco vino. «¡Cómo bebéis, jodios!». El ambiente, imaginaros. Cachondeo, pullas, risas, conversaciones entrecruzadas, jaleo… Una maravilla.

-¡Ey! ¡Un selfie!- Joselón, desde su 1,93 de estatura se puso en pie y enfocó su móvil hacia la mesa.

-¡Así no, listo! ¡En horizontal!- le increpó Toño.

No, si aquí quien no corre vuela. Ja, ja, ja. Al final, me levanté yo e hice la foto subida en una silla, que no tengo ni de coña la estatura de mi amigo.

Terminada la fartura, Eze y su equipo se pusieron de nuevo en marcha. A escena, Vane y Blanca. Debían grabar una toma pescando en el río. Sonia y Pablo se atrevieron a retar a Joselón y a Pinin a una partida de tute. Mamá, que le encantan las cartas y le entretienen un montón, decidió quedarse junto a ellos mirando el juego. Otros se fueron a dormir la siesta y los demás nos desplazamos a unos cien metros del palacio, guiados por Juan, a La Fabriquina y El Molino de Valdelagua, dos casas rurales que regenta nuestro anfitrión y que se asoman al Pigüeña. No las conocíamos y quedamos alucinados. ¡Qué lugares tan encantadores! Restaurados por él mismo con un mimo exquisito, las dos construcciones, una pequeña central eléctrica y el viejo molino, vinculadas al Palacio del Cardenal Cienfuegos, parecían salidas de un cuento de hadas. Allí nos salió al encuentro Carmina, una mujer que viene desde Albacete cada año con su marido a pasar quince días en otoño. Hospitalaria y encantadora, nos ofreció un café que Carmen y yo aceptamos y tomamos a la carrera porque nuestro director iba como una moto.

Vane y Blanca se calzaron las botas de pescar, se cruzaron el cesto, tomaron sus respectivas cañas (todo el atrezzo lo proporcionó Juan, de cosas que había por el palacio) y se encaminaron al río. Nuestro anfitrión les dio unas pequeñas nociones de cómo manejar la caña. Eze, Puri y Ángela las grabaron desde diferentes ángulos y distancias.

-¡Un, dos, tres! ¡Acción!-, gritaba Eze a lo lejos, desde el puente que conecta la carretera con las casa rurales.

Vane y Blanca se lo pasaron pipa lanzando la caña y haciendo el paripé.

-¡Que pican, que pican!-, gritaba Vanessa partiéndose de risa y echando el cuerpo hacia atrás como si el peso del pez pudiera arrastrarla.

Blanca abría su bolsa y hacía como que tenía que encestar la trucha en el cesto. ¡Menudo par de payasas! «Jo, ¡qué divertido! ¡Les ha tocado la escena más guay!», le lloraba yo a Mariajosé. Pero para nada, nos lo estábamos pasando genial como espectadoras.

-¡Lo tenemos! ¡Venga, al paseo!-ordenó Eze.

En la siguiente escena saldrían Vane, Blanca, Cris y Carmen paseando entre los árboles, junto al río. Todo discurría a una velocidad increíble. Al término, nos despedimos de Carmina, regresamos al palacio y, en la finca colindante, Ángela descubrió un diente de león. El equipo de grabación paró en seco.

-¡A ver! Vamos a grabar una toma soplando el diente de león, pero solo hay uno, con lo cual la que lo haga no tiene que fallar. Solo tenemos una oportunidad-, advirtió Eze.

-Entonces tiene que ser mamá, nunca falla-, sugerí yo sabiendo lo fotogénica y profesional que es mi madre después de hacerle cientos de fotos para Los jueves con mamá.

-¡Genial! ¡Pues ve a por ella!-, me instó el director.

Corrí a por mamá. ¡Qué estrés! Pero era tan divertido… Saqué a mi progenitora de la partida, que se lo estaba pasando de miedo con el pique que tenían los chicos con las cartas, y la llevé a la finca de al lado. Le explicamos su toma. Entretanto, Juan había conseguido dos o tres dientes de león más rebuscando por el prao, por si la toma fallaba. No, si ya os digo… Todo el mundo se implicó de una forma… Pero aunque se utilizaron, no hubiera hecho falta. Mamá no falla y su secuencia quedó perfecta.

La tarde avanzaba y la luz iba cambiando. Puri, de vez en cuando, hacía recuento. Sacaba su escaleta y…

-A ver… Esta está, esta también, la de la tarta, mañana, esta está, la de las galletas también mañana… ¿Y si hacemos la del baile? ¿Cómo lo veis?-, preguntaba al equipo.

-La del baile más tarde, antes de que anochezca, en el patio. Puede haber una luz chula. ¿Qué tal ahora la de la leña?-sugirió Ángela.

-¡Perfecto! ¡Vamos!-, apuró Eze.

Juan nos llevó enfrente, a casa de un vecino, que tiene un leñero chulísimo. Yo corrí con la modelo, le tocaba a Mariajo, a mi habitación a ponerle la chaqueta de cuadros que tenía reservada para la toma de la leña. Bajamos y grabamos a nuestra protagonista cortando leña y cargándola en la cesta. Ya no recuerdo el orden. En algún momento, Eze filmó con el drone una escena grupal en el prao de atrás, unas jugando con los perros y otras saltando a la comba. Lo que sí recuerdo es que quedamos desfondadas y con una sudada del copón. Ya estamos mayores para tanto salto. ¡Con lo cracks que fuimos algunas con la cuerda!

De vuelta al palacio, tocaba la escena del piano. Miri sería su protagonista. No en vano es profesora de Musicología en la Universidad de Oviedo y tocó este instrumento en un grupo de cámara del que formó parte junto a sus hermanos, también músicos, hace años. Con su alegría habitual, se sentó en el taburete, frente al teclado, y colmó de música el palacio. ¡Qué momento! Conciertazo maravilloso e inesperado. En la secuencia, Vane salía apoyada en el piano escuchando a su amiga y Cris y mamá se asomaban por la cocina al escuchar las primeras notas. Fue uno de los momentazos del fin de semana.

Después del recital, tocaba el baile. Antes, en la cocina, Eze grabó a Mariajo echando leña al fuego. Y allí, al calor del hogar, Toño hizo una acuarela de Pablo mientras éste gestionaba un pedido de ropa (es agente comercial) por teléfono. Todo era actividad, bullicio, diversión. Juan buscó unas luces muy bonitas que tenía guardadas para iluminar el patio y darle un aire festivo. Toño Puri y Eze le ayudaron a colocarlas. En esa escena salíamos las diez «actrices». «Esta toma pide vestidos. ¡Venga! Todas a mi habitación a prepararse», indiqué. Ángela nos advirtió de que la luz que querían duraba muy poquito. Una vez más, teníamos pocas oportunidades de repetición. Tenía que salir a la primera sí o sí.

Bajamos todas engalanadas y empezó la danza. Joselón puso música en su móvil, pero como no teníamos altavoz, no se oía nada. Tuvimos que cantar y bailar. ¡Qué desastre! Puri se arrancó con el «Chiribi» de los Gipsy Kings. También entonamos la sevillana «Algo se muere en el alma» , el «No estamos locos», de Ketama, y un vals. ¡Ya lo sé! Nada muy asturiano, pero bailar a ritmo de tonada como que no. El equipo realizó varias tomas, desde el corredor y desde el patio.

-Podéis seguir bailando si queréis, pero nosotros lo tenemos-, anunció Eze con su ironía habitual.

No hay foto de la escena del baile, pero sí esta otra súper bonita de la secuencia de lectura, que grabaron no sé en qué momento Puri y Eze en la galería de Poniente.

Después del baile llegó la calma. Aunque no era muy tarde, ya no teníamos luz natural y el equipo dio por terminado el rodaje de ese día. Juan encendió la calefacción del palacio (con la ausencia del sol, el fresco otoñal se notaba) y fue a por más leña para avivar el fuego de la chimenea. Yo recogí cuidadosamente toda la ropa y ordené un poco la habitación. Los demás, se distribuyeron por los diferentes rincones del palacio, aunque finalmente, todos terminamos al calor del hogar en la cocina, donde Sonia puso a remojo los dos kilos de fabes que había traído de Tineo para comer al día siguiente. «Quiero ir a la galería pero no sé cómo», escuché decir a Puri. «¡Jo, menos mal! ¡Tú también! Creía que yo era la única que me perdía», le contestó Vanessa entre risas. Me acerqué a ambas y les indiqué el camino. La distribución laberíntica del palacio les estaba jugando malas pasadas. «No veas la de vueltas que estoy dando a lo tonto porque aún no me sitúo», confesó la productora del spot.

Juan y Cris anunciaron su marcha. Volverían al día siguiente para el segundo día de rodaje, pero querían dormir en Oviedo, con su hijos. El anfitrión me dio instrucciones para cerrar las puertas del palacio y me mostró dónde guardaban la leña. Por el camino a casa, me contó al día siguiente Cris, Juan paró el coche para recoger erizos de castañas como atrezzo para la toma del domingo. ¡No me digáis que eso no es implicación! Qué maravilla.

Comencé a convocar a la gente para ir yéndonos a Belmonte, donde Cris nos había reservado mesa en La Fuyeca. Antes, recorrí el edificio cerrando puertas y apagando luces. Frida, Boby y Rita, los perros de Vane, Toño y Miri, quedaron durmiendo desfallecidos. Ellos tampoco habían parado correteando por la finca todo el día. Nos dividimos por coches y partimos.

En La Fuyeca lo pasamos de miedo. Toño se vino arriba y estuvo contando chistes con gran maestría. Y lo sabe. Pablo, que se sentó entre Pinin y Joselón, que le habían dado a los licores durante la partida y se traían una juerga del carajo, pedía auxilio al resto de comensales para que lo sacaran de allí. Todos charlábamos sin cesar, gritábamos, nos reíamos… otra fiesta. Un hombre que cenaba solo en el comedor confesó al marchar que se lo había pasado estupendamente. ¡Menos mal! Porque dar le dimos la cena. Pese al atracón de al mediodía, no nos cortamos un duro al pedir, normal cuando Joselón lidera la comanda. Todo, absolutamente exquisito. Muy recomendable La Fuyeca si vais por Belmonte, sobre todo, el cabritu, según la mayoría de los comensales.

Al abandonar el restaurante, donde compramos hielo, decidimos volver a la cocina del palacio, que es amplísima, y jugar a las películas mientras a quien le apeteciera se tomara una copa. Ya en la casona, Pinin me preguntó cómo salir al jardín para recuperar la ginebra y las tónicas que se habían dejado allí por la tarde, tras la partida de cartas. «Otro que se pierde», pensé con gracia. Le indiqué que había dos opciones: salir por la puerta del patio y atravesar la finca hasta el jardín, o acceder por la galería de Poniente. «Vamos por el patio, que es más fácil abrir la puerta. La de la galería ya está trancada y todo apagado. Te acompaño», le dije. Salimos al exterior, bajo una noche estrellada.

-Mira a ver no nos vayamos a topar con un oso»-, me advirtió de pronto.

-¡No jodas! Estás de coña, ¿verdad?-, le respondí.

-¡Qué va! Juan nos aconsejó no dejar nada de comida fuera porque los osos la huelen a más de un kilómetro. ¿Ves aquellas luces de allá? Son las de la casa de una señora que tuvo que poner una cerca electrificada porque le bajaban los osos cada dos por tres-, contó.

Me fijé en la luces a las que se refería mi amigo. Estaban ahí, montaña arriba, bien cerca. Empecé a mirar a mi alrededor. Solo veía una oscuridad absoluta y mi imaginación, que es bien puñetera, empezó a ver movimiento donde no lo había.

-¡Joder Pinin! ¡Apura, que me cago de miedo! ¿Qué hacemos si nos sale uno?-

-No tengo ni idea. Correr, pero lo tenemos jodido-, admitió.

Él también estaba asustado, me lo estaba diciendo en serio. Pensé en el ataque que había sufrido una señora en Cangas del Narcea la pasada primavera, y que había salido en todos los periódicos, y aceleré el paso. El camino se me hizo eterno. Cogimos las botellas y regresamos a toda leche por donde habíamos venido. Al llegar de nuevo al patio del palacio y trancar la puerta, suspiré. ¡Uf! ¡Prueba superada! Me sentí como cuando era pequeña e íbamos en el pueblo al cementerio a contar historias de miedo. Aterrada.

La cocina estaba caliente y acogedora. Qué gozada estar todos allí al calor del fuego. Toño y yo caminamos por una línea imaginaria trazada en el suelo para ver quien elegía primero a los miembros de su equipo. Ganó él y escogió. Mamá dijo que no jugaba, pero se quedó allí sentada dispuesta a disfrutar del espectáculo. ¡Y lo hubo! Hasta las dos y pico de la madrugada estuvimos pensando películas, haciendo mímica para ponerlas en escena, tirándonos por el suelo, adivinando y gritando como niños en el patio del colegio. Mamá se desternillaba, sobre todo con Pablo, que hizo la interpretación más surrealista del mundo escenificando «Rebelde sin causa». Lo suyo, definitivamente, no es la actuación. Sin embargo, tiene una voz grave preciosa y es el que ha puesto la locución a Los otoños del Norte. Bueno, iba ganando con pasmosa superioridad mi equipo, en el que estaban Pinin, Joselón, Blanca, Miri y Mariajo, pero la intervención de Ángela en el bando contrario al final de la partida (al principio estaba un tanto adormilada y prefirió no participar) hizo que la competición alcanzara cierta igualdad. Sin embargo, no pudieron remontar y nos erigimos en justos ganadores. Mal que les pese.

Cuando el fuego ya eran brasas, nos fuímos a dormir. Eze hacía tiempo que se había retirado. Pobrecillo, sobre él había caído el peso de toda la grabación.

Dormimos todos como angelitos, si bien parece ser que hubo movimiento nocturno, sobre todo en busca de los baños (difícil llegar a oscuras y en un laberinto) y huyendo de los ronquidos indeseados.

De nuevo en la cocina, pasadas las nueve de la mañana, comenzó otra vez el follón. Unos yendo hacia las duchas, otros buscando hacer un pis rápido y la mayoría con hambre. Otra cosa no hicimos, pero comer… Puri y Eze se pusieron con las cafeteras y a cortar pan para tostar y yo decidí machacar aguacates y mezclarlos con aceite y sal para untar en las tostadas. Para ello, me había llevado una bolsita con monodosis de aliño que suelo utilizar cuando voy con la bici. Como no tenía las gafas, al ir a elegir una de las bolsitas dudé, no veía un pimiento. «¿Esto qué es? ¿Aceite o vinagre?», le pregunté a Eze que pese a tener la misma edad que yo ve de maravilla. «Vinagre», me contestó. «Jope, casi lo echo mal», reí. Y volqué sobre el aguacate el contenido de otra monodosis, pero de aceite. Seguí con el preparado y tomé el sobrecito blanco donde suele ir la sal. Lo vertí sobre la mezcla, revolví bien y puse el bol sobre la mesa.

Nos sentamos a desayunar y de repente Toño soltó:

-¿Qué hostias es esto? ¡Este aguacate está dulce! ¡Qué asco!-

Tierra trágame, pensé.

-¿Qué ocurre? Lo preparé yo y como no veo nada sin gafas… ¿No he echado sal?-, pregunté.

-No, está dulce-, reconoció Puri, -pero no te preocupes, no está tan mal, es como mermelada de aguacate-, añadió para consolarme mientras se tomaba unas tosta con mi mejunje. ¡Eso es una amiga!

Pensándolo más tarde, yo creo que no era ni azúcar sino sacarina. Los sobrecitos de monodosis de este edulcorante suelen tener el mismo tamaño que el de la sal. Los de azúcar son mayores. Es lo que tiene estar cegarata y dejarte las gafas en la habitación, tus amigos corren el peligro de ser envenenados.

Tras el desayuno, Eze llamó al orden. Quedaba mucho por grabar. Puri sacó la escaleta: escena de la tarta, escena de las galletas, la de los calcetines, la del golf, de la de las castañas, la de la ventana… Algunas de las chicas se pusieron a meter todo en el lavavajillas, los chicos comenzaron a preparar las fabes, Toño sacó el cuaderno de dibujo y empezó a hacer otro retrato de Pablo, el del día anterior no le había gustado cómo había quedado, Joselón a enredar un poco, que le encanta, y a preparar los ingredientes de la parrilla.

Y así fue pasando la mañana. Antes de ordenar los dormitorios, grabamos la escena de la guerra de almohadas. Vane, que quería participar, estaba en la ducha y se la perdió. Eze no esperaba y la luz tampoco. La protagonizamos Blanca, Miri y yo. Vestidas con amplios jerséis y las medias de algodón de Miss Calcetín, nos lo pasamos como niñas dándonos almohadazos en la enorme cama de la habitación de Huéspedes. A continuación, convoqué al resto de las chicas y todas nos pusimos calcetines de diferentes colores y cañas para filmar una toma moviendo los pies asomadas a la barandilla del corredor. La idea había sido de Cris. Una vez más, acierto absoluto, aunque la anfitriona no llegó a tiempo desde Oviedo para la filmación y el director ya estaba con el turbo puesto. ¡Qué pena! Frida, sin embargo, no se la perdió y asomó el hocico en el momento justo para salir en plano. Otra improvisación que quedó de lujo.

Llegados a este punto, Puri me indicó las secuencias siguientes para que preparara la ropa y a las modelos. Tres en la cocina tomando café y sirviendo tarta (la propia Puri, que cocina como los ángeles, había llevado una tarta de zanahoria como atrezzo), dos tomando té con galletas (de avena caseras, que había hecho yo) en el corredor, una asomándose a un cristal que chiscamos con agua para que pareciera lluvia y otra jugando al golf en el jardín. Las actrices serían Mariajo, Carmen y mamá en la primera escena; mamá y Vane en la segunda, Vane en la tercera y Sonia en la cuarta. Toño, que ya había terminado el retrato de Pablo en la cocina y estaba harto de discutir con Pinin sobre si había que tapar las fabes o no, decidió irse con Miri, que estaba libre de planos durante un rato, a Belmonte de Miranda a comprar la prensa. Enrique se fue a dibujar con su cuaderno por los alrededores no sin antes darle unas pequeñas nociones a Sonia sobre cómo coger el palo de golf y golpear a la bola; Mariajo y Joselón se pusieron a preparar los champiñones para la parrilla; Pablo y Carmen decidieron ocuparse ellos de la fabada y yo aproveché para colarme en un baño, por fin libre, y darme una buena ducha.

 

Entretanto, ya habían llegado Cris y Juan. Volvíamos a estar el equipo completo. En el exterior, según me contaron luego, Sonia, que había comprado el palo de golf en Reto pensando en llevarlo como atrezzo por si cuadraba en alguna escena, había hecho un golpe perfecto. ¡Pero sólo uno! La única bola que teníamos, que también la había traído ella, la lanzó en el primer intento al prao colindante y ya no fueron capaces de dar con ella. ¡Buen swing! Y un ole por Eze y Ángela, que captaron el momento al vuelo.

Más escenas, una de Sonia abriendo una ventana y otra de Cris haciendo un arreglo floral. Todo era tan vertiginoso que hasta Puri perdió la cuenta del número de secuencias y del equilibrio en la aparición de modelos.

Hasta que llegó la escena final. En esta, todas participamos. Era el festín de despedida y el brindis. Se rodó en el salón, bajo la atenta mirada del Cardenal Cienfuegos, cuyo retrato preside la estancia. De nuevo sacamos nuestros vestidos y corrimos a poner la mesa de gala y a abrir una botella de vino porque Eze nos apremiaba. «La luz, corred, que ahora la luz es perfecta». Madre mía, qué estrés. Juan volaba de la cocina al salón trayendo platos y copas. Carmen abría la botella a todo gas. «¡Venga, venga!», insistía Eze. No había sillas para todas. Algunas se sentaron y otras rondaron la mesa. Nos reímos, alzamos nuestras copas y bebimos la botella entera, un magnífico caldo que se había traído Sonia de Zamora, brindando por nosotras y por un fin de semana tan especial.

-¡Hecho! ¡Fin del rodaje! ¡Terminamos!-, cantó Eze.

Aplaudimos como locas. Qué maravilla. Estábamos todos agotados pero felices. Había sido todo tan rápido e intenso que nos daba la sensación de que llevábamos mucho más tiempo en la casa de Agüerina que un día y medio. Los encargados de la fabada (Carmen y Pablo) y de la parrilla (Joselón) lo tenían todo listo en la mesa del jardín para terminar la convocatoria como se hace en Asturias, con una gran pitanza. Fabada de primero y chuletones, champiñones y espárragos a la parrilla, de segundo. Para el postre, podríamos hincarles el diente, por fin, a los postres que habíamos preparado como atrezzo.

Recogimos todo ( Vane y yo todavía nos acercamos al río a fotografiar tres abrigos de una nueva colección para la página web) y nos reunimos los 17 en la mesa. Ya relajados, brindamos por Eze y su equipo, por nuestros anfitriones, por el parrillero, por El antiguo Iriarte, por los Otoños del Norte, por Lu (que cumplía años al día siguiente) y, ¡como no!, por el Cardenal Cienfuegos.

Estaba todo buenísimo y disfrutamos un montón. Qué delicia de fin de semana. Ni un roce, ni una mala cara, todo fue como la seda. Los 17 dimos el callo, cada cual a su manera, pero todos arrimamos el hombro para que el equipo de rodaje, que se dejó la piel, lo tuviera fácil. Antes de que la gente saliera en estampida, faltaba una cosa: la foto de grupo. Ángela se haría cargo. Juan le indicó que la escalera de piedra que accede al jardín es donde su familia, que es numerosa, y sus amigos se hacen las fotos. «Es el mejor lugar». Nos acomodamos todos por los escalones, le dejamos un hueco a Ángela en el primero, junto a Toño Velasco, y la fotógrafa preparó su cámara con el autodisparador para venir corriendo y salir en imagen. Hubo dos fotos: la primera, sonriendo. «¡Venga! En la segunda, haced un poco el pijo. Todo el mundo a lo loco!», dijo alguien. ¡Segunda toma!

¿Cuál os gusta más?

Cuando ya nos íbamos a levantar y salir todos en estampida, mamá se situó frente al grupo, alzó la mano y dijo:

-¡Esperad! No os vayáis aún. Quiero aprovechar que estamos todos para decir unas palabras.

Todos volvimos a nuestros asientos y, yo, que la conozco, empecé a tragar saliva pensando en lo que vendría.

-Esa que está ahí-, comenzó señalando hacia mí,-es una lianta y no para de maquinar. Cuando me dijo que viniera este fin de semana, no me hizo nada de gracia. Prefería estar en casa, viendo a mi Sporting y tranquila. Pero no me dejaron y me convencieron. Ahora, he de decir, que me lo he pasado genial y que mi hija tiene unos amigos fantásticos de los que se sentirse muy orgullosa. Sois mundiales-

¡Bueno! ¡Para qué queremos más! Yo me emocioné muchísimo. Mi madre no es una persona de alabar, al contrario, es más bien de echarte jarras de agua fría. Ella dice que no es negativa, sino realista y yo, que soy entusiasta e ilusionante y, ciertamente, no paro de maquinar, discuto muchas veces con ella cuando le cuento alguno de mis proyectos. Por eso, para mí, sus palabras supusieron un gran reconocimiento y muchísima alegría. Pero no fui la única que se emocionó. Miré a mi alrededor y quien más quien menos, todos estábamos con lágrimas en los ojos.

Todos los que pasamos este fin de semana en la casa de Agüerina, a excepción de mamá, rondamos la misma edad. ¡Bueno! hay algunas chicas más jóvenes, que nos se ofendan. Pero nuestros padres, los que aún viven, están mayores y a todos nos preocupa su salud, su bienestar y que se sientan acompañados y queridos. Por eso para Vanessa y para mi era tan importante que mamá estuviera, en representación de todos esos mayores a los que queremos con toda el alma porque, para empezar, nos han dado la vida. El mes que viene, mamá cumple 81 años y nosotras la adoramos (pese a lo puñetera que puede resultar a veces). Es el alma de El antiguo Iriarte (la que luchó e hizo que la tienda llegara hasta nuestros días) y queremos que forme parte, que no se sienta nunca alguien que sobre. Mamá tenía que estar en Los otoños del Norte y no podemos sentirnos más orgullosas de su energía, su vitalidad, su valentía y su belleza. Y sí mami, tienes razón, no puedo tener mejores amigos.

Corrimos todos a darle un abrazo, a colmarla a besos, a regañarla porque nos había hecho llorar y a darle las gracias por tan bonitas palabras. Un broche de oro para un fin de semana que creo que ninguno de nosotros olvidará. ¿Para qué añadir más?